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¡ESTÁN LOCOS ESTOS ROMANOS!


Ya nos lo repetía Obélix en más de uno de sus cómics: ¡Están locos estos romanos! Y no lo decía sin razón. Estas líneas pretenden justificar esta tan repetida afirmación de uno de los personajes de cómic más famoso de nuestra época.Y es que, a pesar de encarnar uno de los más grandes imperios de la historia, los romanos protagonizaron una de las sociedades más curiosas y variopintas de todos los tiempos.
Lejos de ser una cultura con una existencia que se remonta a algo más de un par de decenas de siglos atrás y que vio el fin de sus días hace ya algunos siglos, fueron capaces de crear una sociedad con costumbres, prácticas y avances muy similares a los nuestros: existía calefacción central en las casas, carruajes con taxímetro, tiendas de comida rápida, ofertas y gangas en los comercios, ascensores, usaban métodos anticonceptivos para sus prácticas sexuales, se practicaba el aborto, existía el divorcio y, encima, eran más que continuos los cotilleos y marujeos en los patios de vecinos.
Así, Juvenal en sus Sátiras o Marcial con sus Epigramas, nos transmiten una visión jocosa y, a la vez, un poco molesta de la vida cotidiana de la Roma de su época. También, unos años antes, el poeta Horacio imprimía en sus Sátiras una crítica a las costumbres más incómodas de la urbs.
Para nuestro deleite y para provocar más de una sonrisa, os ofrecemos algunas de las más curiosas excentricidades de nuestros queridos romanos.

La vida cotidiana en Roma, en concreto la vida dentro de la casa, nos puede presentar escenas tan extrañas como chocantes. Por ejemplo, para lavarse los dientes los romanos utilizaban la orina, pero no la suya propia. Era muy estimada la orina procedente de Hispania, que se enfrascaba en ánforas precintadas y de la que se surtía a todo el Imperio.
Las esclavas, para perfumar a la señora, se llenaban la boca de perfume y luego lo escupían pulverizando desde la cabeza hasta los pies a su ama, la cual, mientras la esclava la rociaba, alzaba los brazos y daba una vuelta sobre si misma.
El calendario romano contaba con unos doscientos días festivos al año, es decir, contaban con uno o dos días de fiesta por cada día trabajado.
En cuanto a los cumpleaños, todos se celebraban el día primero del mes en el que se nacía.
El Lar Familiar era el dios protector de la familia, a quien los romanos, que eran muy supersticiosos, veneraban, ya que actuaba de deidad que atraía la buena fortuna a los miembros de la casa. Pero, cuando las cosas empezaban a no marchar bien, los romanos, encolerizados, la tomaban contra éste y lo insultaban, lo pisoteaban e incluso llegaban a echarlo de la casa lanzándolo por la ventana.
Eran habituales las ofrendas de aceite y vino a los muertos y, para ello, las tumbas disponían de canalizaciones para que el vino o el aceite les llegaran y, así, tener contentos a sus antepasados que dejarían a los vivos vivir en paz.
Como gesto de juramento, los romanos con la mano derecha se apretaban los testículos. De esta costumbre proceden las palabras 'testigo' o 'testificar'.
En cuanto a la comida, los romanos contaban con gran cantidad de platos exóticos, como cresta de aves, lengua de flamenco, sesos de alondra, pezones de cerda, talones de camello, etc.
La salsa más famosa era el garum, una salsa elaborada con vísceras y branquias de pescado fermentadas con salmuera y dejadas secar al sol durante dos o tres meses. El líquido que salía de esta maceración era el garum.
El banquete más extravagante y opulento que de la Antigüedad se nos ha transmitido contó con los siguientes platos: como entremeses, erizos de mar, ostras frescas, dos clases de almejas, tordos con espárragos, gallinas cebadas, pastel de ostras y mariscos y bellotas de mar blancas y negras; luego diferentes platos de marisco, pequeños pajarillos, riñones de ciervo y jabalí y aves empanadas; y, a continuación, los grandes platos: pecho de cerdo, pastel de pecho de cerdo, diversos pasteles de jabalí y de pescado preparados con diversas sazones, liebres y aves asadas.
Y, como tanta comida no cabía en el estómago, a mitad de banquete tenían que vomitar la comida para luego seguir comiendo. Para ello se introducían hasta la garganta una pluma de pavo real que les provocaba el vómito para, luego, poder seguir comiendo.
En cuanto a los postres, los romanos preparaban un flan muy parecido al nuestro: leche, huevos y miel -no conocían el azúcar- y lo cocinaban al baño maría. Una vez enfriado, lo volcaban en un plato y, antes de servirlo, lo espolvoreaban abundantemente con pimienta.
Y, en lo que a bebida se refiere, sabemos que gustaban mucho del vino. Incluso, se han encontrado ánforas marcadas con los años de antigüedad del vino. Autores de la época, nos transmiten que el consumo medio de vino era de unos 3 litros y medio por persona y día.
Los esclavos eran los que servían los manjares en los banquetes. Además de tener buena apariencia física, contaban con una melena muy larga que los señores aprovechaban para limpiar entre plato y plato sus manos grasientas.
Los métodos anticonceptivos no dejaron de ser sorprendentes a la par que ineficaces: entre otros, las clases bajas solían usar amuletos elaborados con la matriz o el cerumen de una mula, o un tipo de araña que, envuelta en un trozo de piel de ciervo, se colgaba al cuello de la mujer antes de salir el sol.
Como prácticas abortivas, era común la realización de ejercicios violentos, como cargar objetos muy pesados, saltar impetuosamente o ser violentamente agitada al montar animales salvajes o domésticos.
Y no sólo las prácticas cotidianas de personajes anónimos pueden sorprendernos. Los grandes emperadores, cuyo obsesión por el poder o por creerse dioses les hacían cometer todo tipo de atrocidades contra el pueblo o contra sus propios amigos o familiares, nos dejan una nutrida lista de hechos asombrosos.
Son numerosos los que cometió Calígula durante su mandato: la devoción por su caballo, Incitatus, le hizo construirle un establo de mármol con pesebres de marfil para su uso exclusivo y hasta una villa con jardines y dieciocho sirvientes que lo cuidaban personalmente. Posteriormente, lo nombró Cónsul; por otra parte, si algún aristócrata se enriquecía, lo obligaba a nombrarle a él como heredero universal de su fortuna. Una vez nombrado, lo mandaba asesinar; ordenaba quitar los toldos del anfiteatro para que el sol le provocara insolaciones a la plebe; lanzaba riquezas y tesoros por las calles para que el pueblo se aglomerara al recogerlas y muriera aplastado; su hija Julia Drusilla gustaba de arañar los ojos de los demás niños, hecho que enorgullecía al emperador.
Y Nerón, que se creía el mayor poeta que había dado Roma, mandaba borrar con la lengua la tinta de los poemas de aquellos poetas que realizaban composiciones mejores que las suyas, o sea, cualquiera.
Popea, la primera esposa de Nerón, se hacía seguir en sus viajes por un rebaño de trescientas burras que eran ordeñadas cada mañana con el fin de poder llenar su bañera de plata para su hidratante baño matutino.
Del emperador Cómodo se cuenta que, estando en estado de embriaguez, algo habitual en él, se empeñó en fecundar a una pantera en celo.
De otro emperador, Heliogábalo, cuyo nombre real era Vario Avito Basiano, se dice que el nombre de "Vario" le había sido puesto debido a la multitud de hombres con los que se había acostado su madre para lograr concebirlo.
            Éstas son sólo algunas de las miles de anécdotas y curiosidades que la tradición nos ha transmitido de la Roma antigua.


Sólo después de haber leído estas líneas en las que avanzamos unas pocas de las miles de rarezas, extravagancias y crueldades del pueblo romano, es cuando podemos comprender por qué el galo Obélix, desde su coherencia, decía con relativa frecuencia eso de

¡Están locos estos romanos!



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