Uno de los retos de nuestro
departamento de Clásicas en los últimos años era el de conseguir realizar un
viaje a Grecia.
Tras realizar muchos esfuerzos,
salvar diferentes inconvenientes y llenarnos de muchísima ilusión, al fin lo
hemos conseguido.
El 26 de febrero, desde muy temprano
empezaron las carreras: unos terminando de hacer la maleta; otros, las últimas
compras; los más tranquilos, leyendo; todos, entusiasmados.
De ahí, el segundo día, partimos a
Olimpia. Olimpia es una de las más conocidas ciudades de Grecia: la estatua de
Zeus, hecha de oro y marfil por Fidias y una de las siete maravillas del mundo
antiguo, y los Juegos Olímpicos, uno de los grandes eventos religiosos y
deportivos de la Antigüedad. Tras ver la palestra, la zona de los jueces, el taller
de Fidias y los distintos templos accedimos al estadio, donde se celebraron las
primeras pruebas de carreras de la historia… de la historia de Grecia y de la
nuestra propia.
Atravesamos el Peloponeso para
llegar a Micenas a visitar la ciudad y la tumba de Agamenón, el rey de reyes,
el que encabezó la expedición aquea para ir a saquear Troya y rescatar a su
cuñada Helena.
Micenas tiene unas vistas
espectaculares y, desde lo alto, se ve el mar y los enemigos que podrían venir
a atacar. La entrada por la Puerta de los Leones y el grosor de su muralla nos
deja ver que no estaban exentos de peligros, aunque los sistemas de defensa
tuvieron que ser bastante difíciles de quebrantar.
La Tumba de Atreo tiene una bóveda
de más de ocho metro y una acústica apta para curiosos.
De ahí, llegamos a Epidauro, donde
destaca su magnífico teatro, en buen estado de conservación y con una acústica
increíble. Tanto así que, aún hoy, se sigue utilizando en el Festival de Verano
de Atenas.
Justo a la salida del Peloponeso, para
dirigirnos al Ática, está Corinto, cuyo canal, que impresiona sólo con verlo,
ya fue proyectado en el S. VI a.C. por Periandro de Corinto, aunque no se pudo
materializar hasta el S. XIX.
Y por último, Atenas. El Museo de la
Acrópolis es una muestra de lo que fue la vida política, social, económica y
cultura de la Atenas clásica y la Acrópolis, de la que quedan en pie unos pocos
edificios, el espacio más simbólico de todo el mundo griego.
Durante esos cinco días, entre
largas rutas de autocar, madrugones, visitas, risas, competiciones y mañaneros
“kalimeras”, fabricamos los recuerdos de dentro de unos años.
Seguramente dentro de unos años no
recordaremos los nombres de las ciudades o museos que visitamos y muchos de los
datos, pero lo que nunca olvidaremos es que un día viajamos juntos y descubrimos teatros
bajo el cielo, puertas custodiadas por leones, oráculos y recintos deportivos, altas
tumbas que encierran tesoros acústicos, ciudades en alturas panorámicas y majestuosos
templos de mármol. Y, además, miles de momentos de risas y charlas, de carreras
por las mañanas para salir a tiempo, de constantes subidas y bajadas del
autocar, de miles de fotos, de selfies,
de fotos a fotos y de fotos a selfies.
Y no nos cansaremos de maravillarnos de lo que un día fue Grecia, de lo que nos
ha dejado y de lo que aún nos debe aportar.
Para muestra, unas fotos.