A LA MITAD DE LOS ADOLESCENTES NO LE
GUSTA LA ESCUELA
Iván Martínez, de 15
años, saca buenas notas, pero reconoce que, cada año que pasa, le gusta menos
ir a clase. «A mí todavía me interesa, pero veo que la mayoría de mis
compañeros no tiene ganas. Estudian sólo para que no les digan nada sus
padres», expresa. Iván tiene la edad de los alumnos del informe PISA. Los datos
de esta investigación, junto a los del Estudio sobre Conductas Saludables de
los Menores Escolarizados 2018 (HBSC), advierten de un creciente malestar
escolar en las aulas españolas. Por un lado, cada generación siente más rechazo
al colegio que la anterior. Por otro, aumenta la desafección de los estudiantes
hacia la escuela conforme más cursos van pasando en ella.
Al 48% de los alumnos
de 15 años no le gusta el colegio. Cuando eran más pequeños, hacia los 11 años,
sí estaban contentos en clase y sólo el 16% expresaba su rechazo. A los 13 años
es cuando empieza a deteriorarse la relación con la institución escolar, pues
es entonces cuando se registra un 38% de desencantados. Además, a lo largo de
los últimos tres lustros se ha triplicado la sensación de alienación escolar.
En la generación que en el informe PISA de 2003 tenía 15 años y que ahora es
treintañera, sólo había un 4% de estudiantes que se sintiera extraño en la
escuela. Ese porcentaje ha subido al 11% para los alumnos de la misma edad que
en 2018 se sometieron a la prueba de la OCDE.
De la relevancia que
tiene esta creciente pesadumbre escolar que lleva a los jóvenes a abandonar las
aulas en cuanto tienen ocasión, porque no hay nada en ellas que les retenga,
advirtió el mes pasado, durante su visita a España, el experto canadiense
Michael Fullan. Citando el trabajo del estadounidense Lee Jenkins sobre cómo
paulatinamente se va perdiendo el entusiasmo por el colegio, avisó de que, «al
llegar al instituto, la mayoría de estudiantes está desmotivado». No es algo
que les ocurra únicamente a los críos españoles, pero Mariano Fernández
Enguita, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense, ha constatado
que «en España la caída es más radical que en otros países, pese a que hay más
satisfacción». No en vano, en PISA nuestro país destaca por el alto sentimiento
de pertenencia a la escuela que, pese a todo, muestran los estudiantes.
¿Por qué ocurre esto?
¿Por qué el lugar donde más tiempo pasan los críos durante los mejores años de
su vida les gusta cada vez menos? «Porque cada vez hay más contraste entre la
escuela y el entorno digital en el que se mueven los alumnos», responde
Enguita. «En la película La lengua de las mariposas, Monchito estaba
maravillado con el maestro, don Gregorio, porque aprendía cosas que sólo podía
descubrir a través de él. El conocimiento era sagrado y había una única forma
de aprender. Ahora están YouTube, el canal de National Geographic o el blog de
David Calle y los alumnos se preguntan: ‘¿Por qué tengo que aprender en el aula
siempre de esta manera?’».
«Ha cambiado el modelo
de sociedad, y también el modo de obtener y procesar la información. Hoy los
jóvenes llegan al sistema educativo con una falsa percepción de que no van a
encontrar nada nuevo. La estructura horaria, la compartimentación de
asignaturas o los propios espacios se han quedado obsoletos», afirma Antoni
Solano, director del instituto Bovalar de Castellón. «Fuera del colegio tienen
muy pocos límites y dentro de él los tienen todos», señala la escritora y
maestra de Primaria Carmen Guaita.
Profesores como
Enguita, Solano, Guaita o el propio alumno Iván Martínez corroboran que lo que
se estudia en el aula está «muy desconectado de su realidad». «El currículo de
la Lomce es extenso pero con poca profundidad y se convierte en un programa
interminable y muy superficial», dice Enguita.
Y una cosa más: «No
tiene sentido mantener una escuela de modelo único que no termina de asumir que
los alumnos tienen capacidades distintas». Lo apunta también Marisa Hidalgo,
profesora del Departamento de Economía de la Universidad Pablo de Sevilla, que
advierte de que «la heterogeneidad de la clase dificulta al profesor la
adecuación del nivel a las características de los alumnos: una gran parte se
aburre mientras hay otros que no llegan».
Los 15 y 16 años son
la edad crítica, el momento en que más rechazo se registra hacia la escuela.
Coincide con el fin de la educación obligatoria y el comienzo del abandono
temprano. A los 17 años, el gusto por la escuela repunta. «En esas edades se
concentra el mayor porcentaje de repetidores. Haber repetido es un estigma que
hace que los alumnos no se vean útiles», señala Hidalgo.
El profesor de
Secundaria Andreu Navarra habla directamente de una «crisis del léxico»: «Llega
un momento en la ESO en que dejan de entender lo que leen. Si no entienden,
pierden el interés. Yo tengo alumnos que no saben lo que es un Estado, ni una
nación, ni distinguir un país de una ciudad. Esto se arreglaría con planes
masivos de comprensión lectora en Primaria. Cuando van al instituto sus padres
les dan un móvil y automáticamente dejan de leer».
Iván Martínez, que
estudia 4º de la ESO en el colegio San Ramón y San Antonio de Madrid, tiene
este año una asignatura optativa, Cultura Clásica, que ha entusiasmado a todos
los alumnos «porque enseñan los conocimientos de una forma más práctica que
teórica». En ella construyen maquetas de verdad y graban vídeos que luego
cuelgan en internet. A final de curso, harán un viaje a Atenas. «No nos evalúan
con un examen, sino por nuestro interés y nuestra capacidad de investigar.
Nuestro interés mejora cuando los profesores hacen más interactivas las
clases», explica. Algo aparentemente tan remoto como los modos de vida de los
griegos y los romanos les ha devuelto el gusto por la escuela.
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