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Aracne

La mitología griega presenta un entramado de historias protagonizadas por los dioses, pero también por otros personajes como semidioses, héroes, monstruos y objetos maravillosos que solucionan o complican la trama.

Pero más allá de las historias y los cuentos, la mitología es también la transmisora de los grandes valores de la antigüedad grecorromana. Sus mitos están llenos de valores atemporales vigentes que, por ser clásicos, no dejan de decirnos algo nuevo.

 

Os presentamos nuestra propia versión del mito de Eco y Narciso. Para redactarla nos hemos servido de la versión clásica del poeta romano Ovidio.

 

De este mito sobre Eco y Narciso hemos aprendido:

1.- Que todos nacemos con dones y talentos que podemos poner a disposición de los demás y que es importante reconocerlos, valorarlos y desarrollarlos para dar lo mejor de nosotros mismos.

2.- Aracne, mujer talentosa en el telar, también representa el trabajo bien hecho, la perfección en las acciones y la superación. Además, nos muestra lo importante que es no infravalorarnos cuando nos rodeamos de personas que consideramos más talentosas. Al contrario, Aracne se considera capaz de competir con los mejores.

3.- Igualmente Aracne representa el ego, la ambición y la soberbia llevados a extremos. Esto nos alecciona sobre lo importante que es la humildad en todos nuestros actos.

4.- En el tapiz, Aracne pone en relieve los defectos de los dioses. Esto nos enseña que se deben ensalzar, sobre todo, las virtudes ajenas para no ganarnos enemistades y no provocar el rechazo de los demás.

  

Os dejamos nuestra versión del mito:

  

ARACNE

Bañada por el Mediterráneo se encuentra Colofón, una ciudad cerca de Éfeso admirada por el verdor de sus prados y por la belleza de sus costas. Sus playas crían la púrpura, un extraño molusco que dentro oculta un auténtico tesoro: un tinte color carmesí muy valorado por reyes, sátrapas, princesas... ¡y hasta por los propios dioses! Todos viajan hasta allí y pagan grandes sumas de oro por conseguir telas teñidas con ese maravilloso pigmento.

En esta ciudad en la que el dinero corría en abundancia, vivían humildemente Idmón, de profesión tintorero, y su hija Aracne, una muchacha que con su esfuerzo se había ganado entre las ciudades de Lidia un gran renombre por su gran talento para tejer.

Y hasta aquí podríamos contar la preciosa historia de una muchacha con gran talento capaz de cautivar con su trabajo la atención de todos, pero su arrogancia y la soberbia de creerse superior a los dioses la convirtieron en protagonista de una historia tan trágica como sólo una diosa era capaz de tramar.

Para todos era un deleite ver las prendas acabadas por Aracne y tan maravillosa era la belleza de su arte que no podían dejar de admirar cuando hacía los primeros ovillos con la lana sin cardar, cuando la trabajaba con los dedos, cuando alisaba una y otra vez los copos, cuando hacía girar el huso con su ágil pulgar o cuando bordaba con la aguja.

“Es discípula de Atenea”, afirmaban todos. Pero ella lo niega y tan segura de saberse muy superior a la propia diosa le parecía una ofensa que la compararan con ella.

¡Que compita conmigo! A nada me negaré si me vence, aseguró Aracne.

A nadie se le ocurría compararse con la diosa y menos considerarse superior. Por supuesto la reacción de Atenea a lo dicho por Aracne fue terrible y enfurecida decidió darle una lección para que jamás se pusiera al nivel de los dioses.

Así, Atenea bajó desde el Olimpo para aceptar su reto y, disfrazada de una ancianita de pelo blanco, se dirigió ayudada por su bastón, al taller de la joven.

 Atenea: ¿Lo has hecho tú?

Aracne: Por supuesto. Nadie más en esta región es capaz de tener semejante arte. Yo, sin lugar a dudas, soy la mejor hilandera.

Atenea: ¡Oh, jovencita! Me sorprende dicha respuesta, ya que pensaba que el mayor arte en esta región era concedido sólo a Atenea.

Aracne: Por Zeus, yo tejo infinitamente mejor que Atenea.

Atenea: Ay niña, niña... no enfades a Atenea, que su enfado puede traerte consecuencias terribles...

Aracne: ¡Que se enfade! ¡Que se ofenda! Es más, si yo tuviese delante a Atenea le retaría, ahora mismo a una competición.

 Aracne decía lo que pensaba, pero no era consciente ni de las consecuencias de sus palabras ni de que aquella inocente anciana era la mismísima Atenea.

Atenea: busca la gloria de ser la primera entre las mortales en las labores de la lana, pero cede ante la diosa, y ruégale con voz suplicante que perdone tus palabras temerarias: ella te perdonará si se lo pides.

Aracne le lanza una amenazadora mirada, suelta los hilos que tenía entre sus manos y responde: ¡Desvarías acabada por los años: vivir mucho tiempo también es perjudicial! Yo tengo suficiente consejo en mí misma y no creas que has conseguido algo con tus advertencias.

Aquellas palabras enfurecieron a la anciana y, de repente, las arrugas de su rostro desaparecieron, su pelo se volvió oscuro y sus ojos recobraron el brillo de la juventud. Ante los ojos de Aracne estaba una bellísima mujer de la que enseguida adivinó su identidad.

Aracne dice: ¿Eres Atenea, verdad?

Atenea: Por supuesto que soy Atenea. Y ahora que sabes mi verdadera identidad, ¿sigues teniendo el coraje y la osadía de proclamarte la mejor tejedora de esta región?

Aracne: No tengo miedo, Atenea. Sigo pensando lo mismo y ya que estás aquí, compitamos y veamos quién es mejor tejedora. Estoy segura que mi tela será mucho mejor que la tuya.

Atenea le lanzó una desafiante mirada: No dudo de tus destrezas con los hilos. Por todos es conocida tu gran habilidad, pero todo mortal ha de pagar en vida la osadía de desafiar al Olimpo. ¡Sólo yo he de ser alabada y no debo permitir que cualquier afrenta a mi divinidad sea despreciada sin castigo! Tu soberbia y ese necio deseo de gloria te hace precipitarte hacia tu ruina. Si quieres que compitamos, competiremos.

 La competición se convirtió en todo un acontecimiento al que acudieron decenas de personas para poder ver el desafío. Tanto Aracne como Atenea comenzaron a mover sus manos con habilidad y rapidez y ambas realizaron trabajos maravillosos.

Atenea tejió un tapiz que ensalzaba el poder de los dioses. Aracne, por el contrario, en su deseo de seguir ofendiendo al Olimpo, decidió bordar las infidelidades de los dioses.

 Cuando los lienzos estuvieron acabados, fueron comparados y para sorpresa de Atenea no estaba tan claro que el suyo fuese mejor y, enfurecida, con la lanza que portaba en su mano rompió las telas bordadas de Aracne.

Aracne no pudo soportarlo e intentó suicidarse colgándose de una viga del techo.

La diosa Atenea se apiadó de ella y le salvó la vida pero, le dijo: Tú falta ha sido muy grave. Mereces un castigo. A partir de este momento vivirás tú y tus descendientes colgados de un hilo haciendo lo que mejor sabes hacer: tejer.

Tras estas palabras los brazos y las piernas de Aracne se fueron encogiendo, sus dedos se alargaron, su cuerpo se transformó en una bola, y el pelo la cubrió por completo. La bella y engreída muchacha se había convertido en una araña y aún hoy la podemos ver por todos los rincones soltando un hilo con el que elabora finísimas redes.