Buscar


Hablemos de la Navidad

HABLEMOS DE LA NAVIDAD

Del 17 al 23 de diciembre los romanos celebraban las Saturnales, unas fiestas en honor a Saturno con las que se ponía fin a la cosecha de otoño. Por su fecha, sus actos y tradiciones, las podemos comparar con nuestra Navidad.
Pero, además, las religiones antiguas y la cristiana cuentan con muchísimos elementos en común: todas adoran a una o varias divinidades para las que se construye un templo al que se acercan sus fieles a rendirle culto. Había oficiantes que llevan adelante estos ritos, le traen ofrendas, etc.
Todo esto nos lleva a suponer que las costumbres y prácticas religiosas han ido pasando de unas culturas a otras durante siglos, adaptándose a las diferentes necesidades y reclamos del pueblo.

Como os acabamos de decir, existen notables semejanzas entre la religión grecorromana y la cristiana, a pesar de que, por el carácter politeísta de la grecorromana y el monoteísta de la cristiana, las podríamos suponer diametralmente opuestas.
En ambas podemos encontrar dos diferentes tipos de culto: los privados y los públicos.
En el mundo antiguo, los primeros, es decir, los privados, se celebran en el seno de la familia, que adoraba a divinidades domésticas denominadas “lares”, dioses de los antepasados, de la economía o de la despensa, a los que se ofrecían rezos, cantos, sacrificios o libaciones, se le encendían velas y todo en torno a un pequeño altar o capilla llamado “lararium”, situado en el atrio de la casa.
Los ritos públicos, en cambio, se celebraban ante los templos y eran los sacerdotes quienes en los altares realizaban el sacrificio de un animal que servía de víctima, cuya carne luego se repartía entre los fieles. Además, dirigían las plegarias, cantos y custodiaban las ofrendas y los tesoros ofrecidos a la divinidad.
A pesar de contar con templos dedicados a sus diferentes dioses, los romanos sintieron especial fervor por tres dioses concretos: Júpiter Juno y Minerva, la llamada Triada Capitolina.
Todos los recintos religiosos, tanto los templos como los santuarios, estaban adornados con estatuas e imágenes y, aunque muchos tenían un ámbito local, había otros, como los oráculos o los Juegos Olímpicos o el templo de Asclepio en Epidauro, dedicado a la curación mediante los baños en sus aguas, a los que acudían fieles de todas las ciudades a rendir culto o a beneficiarse de algún tipo de “milagro” obrado por el dios.
Además, la concepción de que más allá de la vida hay otro mundo, dio pie a toda una cultura alrededor de la muerte, donde, tras celebrar los ritos fúnebres, se procedía a la inhumación o a la cremación del difunto, que reposaba en tumbas o columbarios adornados con frases funerarias, imágenes y flores.
Como habéis podido ver, son infinidad los aspectos comunes entre ambas religiones, pero lo que más curiosidad nos puede causar es el hecho de que nuestra Navidad, la fiesta más característica del cristianismo, no es más que una adaptación de diversos actos religiosos de la antigua Roma.
Como ya hemos adelantado en la introducción, los romanos celebraban en el Capitolio a finales de diciembre unas fiestas en honor a Saturno llamadas Saturnales con las que se ponía fin a la cosecha de otoño.
Esta fiestas coincidían con el solsticio de invierno, es decir, el fin del período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo período de luz, lo que los romanos llamaron el día del sol invictus, es decir, del sol invicto, que tenía lugar la noche del 24 al 25 de diciembre
Y este dato es curioso, porque muchísimas religiones celebran el nacimiento de su dios justo en esta noche: Buda, Zaratustra, Krishna, Horus, Tammuz, Mitra y Jesús, entre muchos otros, celebran su nacimiento en esa noche, aunque posiblemente nacieran cualquier otro día del año.
Y es que si con el solsticio de invierno se producía el fin del período más oscuro del año y el nacimiento de un período de luz, con el nacimiento del dios, identificado siempre con el sol, sus fieles caminan de la oscuridad hacia la luz.

Pero volvamos a las Saturnalia.
Durante estas fiestas, se decoraban las calles y las casas con plantas, guirnaldas, figuritas y se encendían velas que simbolizaban la nueva venida de la luz.
Para agradecer a la tierra los frutos que ésta les daba durante el año, los romanos decoraban los árboles de sus casas con bolas de algodón o lana, velas y figuritas en forma de estrellas.
Las familias, para descansar del esfuerzo del trabajo cotidiano, se reunían durante la noche a la luz de velas y antorchas, se celebraban sacrificios rituales seguidos de grandes banquetes con excesos de comida y bebida, en los que no faltaban la música y la danza, y se deseaban lo mejor de cara a la nueva llegada de la luz.
Los esclavos formaban parte activa de la familia y eran atendidos por sus dueños, quienes los agasajaban con cestas de mimbre llenas de productos típicos: olivo, laurel, higos, nueces, …
Además, los romanos acostumbraban a hacer regalos a familiares y a amigos y, en especial, a los niños, a quienes se les daba dinero para que pudieran hacer sus propias compras. Estos regalos consistían en muñecos de terracota o de yeso para los niños y en velas de cera para los mayores y se dedicaban luego a Saturno.
Y para esto se creaban durante siete días unas ferias o mercados anuales llamados “Sigillaria”, que no sólo vendían todas estas estatuas de oro, plata, yeso o arcilla, sino también otros objetos de regalo, como libros, objetos de ajuar, joyas, etc.
En ocasiones, estas estatuillas se usaron también para adornar los lararios de las casas, expresando una ofrenda religiosa concreta o, incluso, contando una historia personal.
Además de esta costumbre de hacerse regalos, fueron también habituales pequeñas rifas entre familiares. Pero en Roma, el lujo y el exceso de las familias imperiales acabaron convirtiendo estas pequeñas rifas en grandes sorteos donde los boletos podían estar premiados con fuertes sumas de dinero, telas exóticas o, en algunos casos, hasta oro, aunque otras veces los premios eran objetos de broma, como frutos secos, esponjas o pinzas.
También entre los romanos (y es algo que sabemos por unas tablillas muy finas de madera halladas en el campamento romano de Vindolanda, al noreste de Inglaterra) era costumbre enviar a amigos y a conocidos pequeñas tarjetas postales felicitando el año nuevo.

Cuando hacia el 31 de diciembre se terminaban las Saturnalia y sus correspondientes Sigillaria, empezaban las Compitalia, otros festejos a principios de enero que no pertenecían ya al ámbito de la familia, sino al de las comunidades de vecinos que compartían un mismo cruce de calles y que creían que allí residían deidades a las que habían que venerar para que protegieran las propiedades particulares y las vías de comunicación. Estas divinidades estaban más ligadas a la magia y la superstición y velaban por la salud, la abundancia y la buena fortuna para las familias.

Cuando se expande el Cristianismo, ante la imposibilidad de la Iglesia de erradicar estas costumbres paganas, las adoptó y las transformó haciendo coincidir en esas fechas el nacimiento de Jesús, con el objetivo de acabar con las antiguas celebraciones de los romanos.