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Del logos al mito

El mito es un relato atemporal del que los griegos se valieron para explicar sin justificación fenómenos de la naturaleza o las cuestiones más importantes del ser humano; el logos, en cambio, busca descubrir y conocer las causas verdaderas de los acontecimientos.
Un hecho que cambió y marcó el rumbo del pueblo griego fue el llamado paso del mito al logos, de las explicaciones fantasiosas a las racionales. Pero nuestra sociedad contemporánea está dejando de lado el saber, el raciocinio y el conocimiento en favor de falsos mitos que nos alejan de los grandes valores del ser humano. Estamos haciendo el camino contrario, es decir, estamos pasando del logos al mito.
Este proceso por el que el hombre pasa de creer en héroes y personajes fabulosos a creer y confiar en sí mismo, como lo más grande y más perfecto de la creación, fue propiciado por el progreso de la época: el florecimiento económico de Grecia, el disfrute del tiempo libre, el crecimiento de las polis y el desarrollo del ágora como un lugar de intercambio de bienes e ideas, de discusión y de negocios que favoreció nuevos valores tales como la paz, la prosperidad o la justicia.
Pero hoy en día, estamos creando una sociedad totalmente opuesta a la creada por los griegos, una sociedad que tristemente huye del conocimiento, del saber, del pensamiento y, lo que es peor aún, de los valores de los que durante siglos ha gozado: queremos derechos sin deberes, renunciamos muchas veces al esfuerzo y al sacrificio, nos cuesta aceptar nuestros errores, buscamos placeres efímeros, nos falta paciencia, esperamos que otro nos resuelva nuestros problemas, …
Nos hemos acomodado muchísimo en nuestra familia, en nuestro entorno y en nosotros mismos y rechazamos todo lo que venga de fuera. Hemos banalizado y hemos quitado importancia a todos esos valores que son realmente cruciales y determinantes en nuestra vida.
Esta pérdida de valores nos ha vuelto débiles desde el punto de vista moral y, a pesar de estar expuestos a los mismos riesgos, problemas, anhelos y deseos de siempre, muchas veces no les sabemos hacer frente porque nuestras “herramientas” son mucho más escasas en comparación con el pasado. Somos más débiles desde el punto de vista moral, desde el punto de vista de nuestros principios y de nuestras referencias.
Además, solemos encontrar referentes que no encarnan valores éticos ni morales: personajes televisivos que buscan una fama pasajera, deportistas con un gran físico o una abultada cuenta corriente, influencers que nos dan una versión sesgada y personalizada de la vida. Estos referentes no encarnan ni aportan soluciones a nuestros problemas y, si nos aportan algo, no es algo con proyección a largo plazo.
Estos mitos, estos falsos modelos a los que hoy en día numerosa gente admira y tiende a imitar, muchas veces no aportan grandes valores que nos desarrollen como individuos sociales, el “ζον πολιτικόν” [zoon politikón] de Aristóteles, sino más bien promueven valores alejados del esfuerzo, del trabajo, de la solidaridad. Venden su vida a cambio de una aceptación social efímera.
Este tipo de valores éticos impuestos por la sociedad son muestra, como decía Nietzsche, de una moral débil.
Y si estamos regresando al mito, ¿por qué no volvemos la mirada a los mitos griegos?
Si estamos en continua búsqueda de referentes en los que contemplarnos, ¿por qué no nos fijamos en los héroes de esos mitos?
El mito en la antigüedad, a pesar de dar explicaciones a los fenómenos naturales, recogía también lecciones o enseñanzas morales válidas para cualquier persona, porque cada mito, además de su apariencia fantasiosa, encierra también algo de logos, y muestra una relación entre la naturaleza y nuestra propia existencia.
Y no sólo los mitos, sino también sus personajes nos muestran valores universales y válidos para cualquier momento de nuestra historia, valores que educan y dignifican al hombre. Así, por ejemplo, Odiseo representa la astucia de crear un caballo para asaltar Troya o de buscar la forma de escuchar el canto de las sirenas sin caer en sus encantos; Dédalo, el ingenio del ser humano para inventar aquello que no existe, pero que le es necesario; Ícaro, la imprudencia y la curiosidad de la juventud; los argonautas personifican la perseverancia por conseguir un objetivo en equipo. El mito de la Caja de Pandora nos enseña que nunca hay que perder la esperanza; y el del Rapto de Perséfone, que pasa seis meses en la tierra y seis en el infierno, nos enseña que en la vida hay momentos de luces y de sombras y que ninguno es eterno.
El valor del mito griego nos llama a vivir la base del pensamiento humanista por excelencia, que podemos observar en Séneca cuando decía eso de quid sis interest, non quid habearis [importa lo que eres, no lo que tienes].
Por lo tanto, volvamos nuestra mirada a Grecia, volvamos la mirada a sus mitos y redescubramos sus valores, sus enseñanzas y el poder moral de sus historias y sus protagonistas.
Porque, si volvemos la mirada a Grecia y regresamos a sus mitos, con total seguridad alcanzaremos de nuevo el logos.