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Eco y Narciso

La mitología griega presenta un entramado de historias protagonizadas por los dioses, pero también por otros personajes como semidioses, héroes, monstruos y objetos maravillosos que solucionan o complican la trama.

Pero más allá de las historias y los cuentos, la mitología es también la transmisora de los grandes valores de la antigüedad grecorromana. Sus mitos están llenos de valores atemporales vigentes que, por ser clásicos, no dejan de decirnos algo nuevo.

 

Os presentamos nuestra propia versión del mito de Eco y Narciso. Para redactarla nos hemos servido de la versión clásicas del poeta romano Ovidio.

De este mito sobre Eco y Narciso hemos aprendido:

1.- Eco representa el amor no correspondido y es ejemplo claro de ni el amor ni la amistad se ruegan. Además, Eco es ejemplo de lo que podría pasarnos si no aprendemos a tolerar y gestionar la derrota, el fracaso, el rechazo.

2.- Eco también es también modelo de la persona que se enamora de la apariencia de los demás, sin saber lo que realmente Narciso vive en su interior. Esto es debido a que Eco encarna a esa persona que no es capaz de escuchar o conocer a los demás, sino de escucharse a sí misma y de actuar en su propio beneficio.

3.- También la figura de Eco nos alerta de que no podemos vincular nuestro bienestar y nuestro ánimo a otras personas, sino que somos nosotros mismos quienes debemos ser fuente de nuestro propio bienestar y de nuestra felicidad.

4.- Narciso representa al hombre que, por no conocerse a sí mismo y a su entorno, se gusta a sí mismo, se niega a ver más allá de lo que él es y sufre las consecuencias. Este egocentrismo, llamado narcisismo, es lo contrario al altruismo. Narciso nos enseña que no debemos ser arrogantes, ya que despreciar o desconsiderar lo que nos rodea sólo nos lleva al alejamiento y rechazo social.

5.- Para evitar el narcisismo, hay que trabajar la empatía.

 

Os dejamos nuestra versión del mito:

 

 

ECO Y NARCISO

Liríope, al ser atrapada entre las aguas del río Cefiso, fue violada por él y dio a luz a un bebé al que llamó Narciso. Consultaron si el niño llegaría a la avanzada vejez, a lo que el viejo Tiresias respondió: “pero sólo si no se conoce a sí mismo”.

Tenía Narciso dieciséis años y gran pericia en el arte de la caza, cuando ya muchos jóvenes y muchachas lo deseaban, aunque ninguno había conseguido tocarlo debido a su soberbia.

Un día, estando de caza por los campos, fue visto por una bella ninfa llamada Eco.

Eco, conocida en aquellos bosques y en el Olimpo por pronunciar las más bellas palabras jamás dichas, distraía frecuentemente con su conversación a la mismísima Hera para que no sorprendiera a Zeus cortejando a las ninfas. Pero cuando la diosa y madre del Olimpo se dio cuenta del engaño, castigó a Eco diciendo: Poco poder tendrás sobre esa lengua que se ha burlado de mí y muy escaso uso de la voz. Te privaré de ella y podrás responder únicamente con las últimas palabras que escuches.

Eco, nada más ver a Narciso, se enamoró perdidamente de él y comenzó a seguirlo por los bosques, pero no podía articular palabra.

Narciso, alejado del resto del grupo, escuchó el crujir de unas ramas y exclamó: ¿Hay alguien?

Eco responde: ¡Alguien!

Él asombrado, giró la cabeza hacia todas las direcciones y con voz potente dijo: ¡Ven!

Ella lo llamó también a él: ¡Ven!

Él, mirando tras sí, no viendo a nadie, pregunta: ¿Porque huyes de mí?

Y todas sus palabras vuelven a él: De mí.

Él, insistente y defraudado, al no poder ver la imagen de esa voz, dijo: ¡Aquí, reunámonos!

Y Ella, respondiendo con un sonido con más placer que nunca, repitió: ¡Unámonos!

Y secundando sus propias palabras, salió del bosque y se dirigió a rodear con sus brazos el ansiado cuello de Narciso.

Él huyó, mientras le decía: ¡Quita de mí tus manos. No intentes abrazarme. Moriría antes que entregarme a ti!

Ella sólo contestó: ¡A ti!

Así Eco, implorando a los dioses que Narciso, al igual que ella, tuviera que padecer el mismo castigo de sufrir por un amor no correspondido, destrozada se recluyó en las cavernas, donde la tristeza consumió su cuerpo y de ella sólo quedó su voz que repite la última palabra de cualquiera que ante ella hable.

Es por esto por lo que, cuando hablamos a las cavernas y a las montañas, hay una voz que siempre nos responde.

 Y Némesis, que arruina la vida de los soberbios, escuchó justos los ruegos de Eco y a Narciso, que había siempre despreciado el amor de un sin fin de hombres y de ninfas, los condenó a conocerse para sufrir lo que él mismo provocaba.

 Rodeado de un bosque de hierba que crecía vigorosa y de árboles tan frondosos que impedían que el sol calentase el lugar, fatigado por la caza, Narciso se acercó a beber de las aguas plateadas y cristalinas de un próximo estanque y, mientras saciaba su sed, otra sed fue creciendo dentro de él. Tan mansas eran sus aguas que se reflejaba su imagen en ellas y con la mirada inmóvil clavada en quien por amor había sido capturado, se enamoró perdidamente, sin saberlo, de un reflejo que con él vino, con él se queda y con él se irá, si pudiera irse.

Se deseaba a sí mismo sin saberlo y es sólo él quien enciende la pasión en la que arde.

¿Quién eres tú al que veo frente a mí? Me tienes aquí, tendido sobre la hierba, ardiendo en amor. Ni el hambre ni la sed ni el cansancio me apartan de ti, que con tus propios ojos me consumes de amor. Pero siento que tú, al que busco, no está en ninguna parte. Si me alejo, te alejas; si me acerco a besarte, te acercas; pero si tiendo mis brazos hacia ti, tú los tiendes hacia mí y te desfiguras y te pierdo fugaz. ¿Adónde vas cuando me acerco a ti? ¡Sal, quien quiera que seas! Por ti de este prado estoy preso.

Nada lo apartaba de allí y, echado sobre la hierba, se incorpora un poco, tendiendo sus brazos hacia los árboles, y exclama: ¡Pero si soy yo! ¡Ardo en amor por mí! ¡Qué grande es la ceguera del que ama! ¡Despierto en mí la pasión y soy arrastrado por ella! Deseo mi propia belleza, que no puedo tener porque ya la tengo. ¿Acaso algún amante, oh bosques, ha sufrido más cruelmente que yo? ¿Acaso recordáis, en toda vuestra larga vida, una vida de tantos siglos, que alguien haya sufrido tanto como yo?

Preguntándose en cada instante qué hacer, cómo suplicarle amor a su propia imagen, presa del delirio, volvió a mirar llorando su reflejo y sus lágrimas agitaron la superficie del agua, y con el temblor la figura reflejada desapareció: Te ruego que te quedes junto a mí. Ya que me resulta imposible tocarte, deja que te contemple.

Desgastado por el amor, se consume y es devorado poco a poco por un fuego oculto. Ya no quedaba nada de aquel cuerpo del que Eco, afligida de verlo así, se había enamorado.

Cuantas veces el desgraciado Narciso exclamaba: ¡Ay! ¡Ay!, tantas Eco repetía; ¡Ay! ¡Ay!

Y cuando Narciso dijo: ¡Adiós!, Eco dijo: ¡Adiós!

Así dejó en poco tiempo caer su cabeza sobre la hierba. Lloraron por él sus hermanas las Náyades, cortándose el pelo en señal de duelo, le lloraron las Dríades, al tiempo que Eco replicaba sus lloros.

Y cuando fueron a cremar su cuerpo, ya se había fundido con la tierra y en su lugar encontraron una flor con el centro amarillo rodeada de pétalos blancos.