Fue la llanura situada a los pies del monte Kronión el escenario que vio
nacer los Juegos Olímpicos, fundados en el año 884 a. C. por Ifitos, rey de
Elide.
Estos juegos, llevados a cabo cada cuatro años en la ciudad de Olimpia,
no fueron los únicos realizados en la Antigüedad, sino que, junto a los Píticos de Delfos, los Ístmicos de la ciudad de Corinto y los Nemeos de La Argólida, conformaron un
circuito que, más allá de su carácter deportivo, cultural y de espectáculo
popular, servía como tributo y honra a los dioses, dado que los concursos eran
intercalados con sacrificios y ritos en honor, sobre todo, a Zeus.
Fueron celebrados durante más de 1200 años, hasta que en el año 394 d.
C. el emperador romano Teodosio los prohibió por considerarlos paganos en un
imperio ya cristiano.
Son muchas las curiosidades que se pueden comentar a cerca de los Juegos
Olímpicos en el mundo antiguo y que hoy en día nos llamarían la atención.
La primera -y quizás la más llamativa- es el hecho de que para un griego
no eran lo mismo los Juegos Olímpicos que las Olimpiadas. Los Juegos Olímpicos
son propiamente las competiciones deportivas y actos religiosos celebrados
durante seis días en la ciudad de Olimpia. La Olimpiada, en cambio, es ese
espacio de cuatro años de preparación y entrenamiento transcurrido desde la
finalización de unos Juegos Olímpicos y el inicio de los siguientes y que, a
partir del año 776 a. C., les sirvió a los griegos para computar los años.
Otro hecho interesante es que los Juegos Olímpicos suponían un momento
de tregua (ἐκεχειρία) en caso
de guerra entre los distintos estados griegos. Ésta quedaba aplazada sin más
con la finalidad de consagrar a los dioses estos momentos de exaltación de la
belleza y de la fuerza humanas.
A los doce años, los niños comenzaban su preparación deportiva,
ejercitando en palestras los músculos; a los dieciséis, en los gimnasios,
realizaban la preparación física; a los veinte, concluida la formación
deportiva, se les hacía entrega de las armas y eran los Hellanódicas, los jueces de los Juegos Olímpicos, los que
determinaban quiénes estaban capacitados para tomar parte en los Juegos,
supervisando, así, sus entrenamientos, examinando las instalaciones, etc.
Los
atletas griegos competían siempre (excepto en determinadas pruebas a caballo)
desnudos y ungiendo sus cuerpos con aceite y otros productos. Las mujeres
casadas no podían ser espectadoras. Las solteras, en cambio, sí.
El programa de las fiestas varió de un siglo a otro y en los siglos V y
IV los Juegos se componían de cuatro tipos de competiciones: atléticas,
luctatorias, hípicas y el pentatlón.
En las atléticas, los participantes demostraban su fuerza física de modo
individual y se componían de varias pruebas: las carreras, en las que
participaban o bien desnudos, o bien armados con la indumentaria de guerra; el
salto de longitud, del que había modalidades en las que los atletas se ataban
en las pantorrillas pesos de piedra o de plomo; el lanzamiento de disco, hecho
de bronce y con diferente peso y diámetro según la categoría; el lanzamiento de
jabalina, un arma de guerra a la que se le eliminaba la punta.
En las luctatorias, había que demostrar la fuerza y la táctica con
respecto a un adversario. Se componía de lucha, cuyo objetivo era derribar al
adversario; el pugilato, algo parecido a nuestro boxeo actual, pero, en un
primer momento, sin guantes; y el pancracio, una combinación entre lucha y
pugilato.
En las competiciones hípicas había
que demostrar no sólo maestría al montar a caballo, sino también, el ejercicio
de doma previo a las competiciones. En el hipódromo de Olimpia, un circuito de
más de un kilómetro y medio, se llevaban a cabo las carreras con carros
-cuadrigas o bigas- y las carreras de caballos -a través de vallas, fosos,
declives del terreno, etc.-.
El Pentatlón, la competencia por excelencia, constaba de una carrera de
velocidad, salto de longitud, lanzamientos de disco, lanzamiento de jabalina y
lucha.
Al regreso
a sus respectivas ciudades, los vencedores recibían como recompensa una corona
de olivo, la manutención gratuita de por vida en el Pritaneo a expensas de la
ciudad, la proedría o el derecho a
ocupar de manera gratuita asiento de honor en los espectáculos públicos, y
también la atelía o exención de
impuestos y, en algunos casos, elevadas recompensas económicas. Además, los
atletas eran recibidos triunfalmente como héroes y se les erigían estatuas y
poetas como Píndaro los cantaban en sus versos
También, al igual que hoy en día, las competiciones deportivas levantaron pasiones entre los hinchas de uno u otro bando y nos han llegado documentadas peleas entre seguidores de equipos rivales (algo así se cuenta el canto XXIII de la Ilíada durante la celebración de los juegos fúnebres realizados con motivo de la muerte de Patroclo).
Incluso se nos documentan casos de soborno en los que algunos atletas
pagaban a sus rivales para que se dejaran vencer, acción que venía multada por
un tribunal.
¿Y las mujeres? ¿Discriminadas? No.
Tenían sus propios juegos, menos conocidos, pero los tenían. Eran los Juegos de
Hera, en los que se realizaban pruebas de carrera premiadas con una corona de
olivo y parte de la vaca sacrificada a la diosa. Competían vestidas con una
túnica corta y el pelo suelto.
En conclusión, los Juegos Olímpicos antiguos constituyeron una expresión
religiosa de respeto y culto a los dioses, a la par que contribuyeron al
desarrollo del cuerpo y del alma de los griegos y permitió la reconciliación
entre los distintos pueblos y ciudades, buscando la unidad de los griegos.
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